Desde los años 60 se comenzó a introducir en occidente con mayor protagonismo diversas técnicas de meditación derivadas de prácticas orientales tales como el Yoga. Con mayor frecuencia estas prácticas fueron reflotadas en estos últimos 20 años, siendo testigos de una serie de ofertas de cursos de formación, libros, programas y apps (entre otros medios) que dan cuenta de la relevancia y valor que tiene el poder de meditar en medio de un mundo convulsionado donde los niveles de estrés en los que vivimos han generado estragos en la salud mental, aumentando considerablemente la cantidad de trastornos ansiosos y depresivos entre los más frecuentes.

A partir de la investigación de la neurociencia, la meditación comenzó a ganar popularidad debido a que los estudios dieron cuenta de los beneficios significativos que tenía en las personas el incorporar este tipo de prácticas.

Frente a este escenario, la meditación es rescatada por occidente como un ejercicio que permitiría relajarse, calmar los pensamientos y mejorar la toma de decisiones, entre otros beneficios.

Vale la pena preguntarse si ¿este contexto actual en qué vivimos es el mismo en el cual tuvo origen la Meditación?

Su existencia data de al menos 5000 mil años, encontrándose evidencia de esta práctica en los libros védicos escritos en el II milenio A.C

Ciertamente el contexto no era el mismo, la meditación era parte de un ejercicio y práctica espiritual constante que tenía por propósito despertar los estados de conciencia que se encuentran en el Ser, es decir, habría un tipo de conocimiento en el hombre que no depende de su cultura, ni nivel intelectual, sería un tipo de conocimiento espiritual, es decir divino, llamado sabiduría.

De acuerdo a ello, el acto de meditar es un medio por el cuál el hombre puede alcanzar un tipo de conocimiento superior, espiritual que eleva su condición de vida.

 

¿Podríamos desde un ejercicio mental comprender la realidad de Dios?

Pareciera ser entonces que lo que hoy el hombre entiende por meditación no es lo mismo que fue concebido en su origen, ya que la práctica originaria tiene un profundo propósito espiritual, esto significa que no busca que el hombre se acomode a su contexto si no que despierte su conciencia hacia una vida trascendente a la cual puede acceder por Espíritu.

Es en este punto donde podemos comprender mejor lo que el apostol Pablo reflexiona:

“¿No ha demostrado Dios que el saber de este mundo es locura?. Mirad, cuando Dios mostró su saber, el mundo no reconoció a Dios a través del saber.” (1era Carta de Corintios, Cap.1;20)

Vale la pena entonces preguntarnos, ¿Podríamos relacionarnos con Dios a través de nuestras propias conjeturas, o nuestras propias necesidades materiales o emocionales?

Cuando nos relacionarnos con una persona que habla un idioma distinto al nuestro, normalmente necesitamos cambiar de idioma para que nos entienda. Así también ocurre con Dios, no podemos comprenderlo a través de nuestras propias ideas o pensamientos que hacen parte del propio idioma.

La Meditación y Oración Crística permite que el hombre  y mujer de Fe puedan entrar en el lenguaje del espíritu para poder comprender a Dios. De esta manera es crística porque Cristo es su conductor y guía, y a través de él,  la persona de Fe puede reconocerse en el espíritu que es, y desde éste relacionarse con Dios.

Entonces cuando hablamos de Meditación Crística nos referimos a adquirir una práctica espiritual que podemos realizar a través de la quietud y la contemplación como vías introductorias para poder conocernos espiritualmente y desde ahí  reconocer el propio espíritu y el de Cristo.

Es una práctica fundamental para todo ser de Fe, que busca adquirir sabiduría para poder vivir en coherencia, esto significa pasar su vida por la visión espiritual que no hace parte del sistema en el cual vivimos si no que establece un criterio de realidad cierto y tangible que permite comprender el sentido de esta existencia.

Sin meditación no hay oración posible, si entendemos la oración como el diálogo verdadero, honesto y discernido con Dios, donde el hombre acude a su Señor para comprender su realidad, y no como un rezo en el cual hay una repetición de frases que no necesariamente han pasado por la meditación espiritual. La oración surge como un poder que nace de la conciencia adquirida en meditación y que es vivenciada por el espíritu convirtiéndose así en un poder.

La meditación y oración Crística se sostienen sobre dos principios crísticos espirituales: la Liberación del Espíritu del Hombre y el Camino hacia la Vida eterna. Forman parte de un camino espiritual abierto por Cristo para poder reconocernos en los seres espirituales que somos, liberándonos de una visión pequeña sobre nosotros mismos y la realidad que nos rodea.